5 de agosto de 2010, treinta y tres mineros quedan sepultados a ochocientos metros bajo tierra en Chile… Los expertos calculan su rescate a tres meses vista…
Noticias como esta nos impactan y nos remueven. En casa, en los periódicos, en los medios comunicación, en todas partes se abren debates, tertulias, se plantean preguntas sobre cómo sobrevivirán allí abajo, sin luz natural, sin espacio, inseguros, temerosos… A todos, expertos y profanos, nos parece evidente que inevitablemente habrá consecuencias físicas y psicológicas para estos hombres, que quedarán seriamente afectados para el resto de sus vidas. Y es cierto, con gran probabilidad muchos sufrirán algún trauma.
Pudiera pensarse que todas las personas que han vivido graves experiencias (guerras, catástrofes, accidentes, violaciones…) presentaran secuelas de por vida. Pero la historia, y la memoria, nos recuerdan que en todas partes podemos encontrar adultos y niños, que logran salir adelante después de haber sufrido situaciones adversas, traumatismos y amenazas graves contra su vida. Seres humanos que a pesar de los graves acontecimientos que han vivido, y sin condición de edad, desarrollan una autoafirmación de la personalidad, que incluso son capaces de “reinventarse” a sí mismos, de salir adelante, de crecer y seguir viviendo.
¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que frente a las mismas adversidades unos resistan o incluso salgan más fuertes y otros no?
La respuesta la encontramos en la resiliencia, que es la capacidad que tiene el ser humano para reaccionar y superar momentos muy dolorosos y seguir adelante sin derrumbarse, e incluso para beneficiarse de ellos.
Supone tomar nota de esa grave experiencia, aprender a vivir con ella (aunque jamás se olvida), y seguir adelante desde una nueva perspectiva que te vuelve más fuerte.
Si ante los mismos acontecimientos, unos enferman y otros no, ¿es la resiliencia una característica de la personalidad o un don de unos pocos? ¿Salir indemne o con daños mínimos, es posible? ¿Podemos protegernos frente a los estresores de la vida?
Todos los seres humanos somos dueños en mayor o menor grado de esta capacidad para combatir y afrontar experiencias difíciles.
Si esto es así para todos sin excepción, ¿qué podemos hacer para ser fuertes? ¿Podemos aprenderlo?
Parece ser que existen factores que son innatos y otros adquiridos. Desde un punto de vista genético, no todos los individuos producen la misma dosis de dopamina y serotonina (hormonas de la felicidad), por lo que ya desde niños estaremos más o menos protegidos, seremos más o menos vulnerables a las enfermedades psicológicas. Pero eso no es suficiente, porque desde el lado del aprendizaje, cada individuo desarrolla su carácter y sus fortalezas en un clima familiar genuino, con unas redes y apoyos sociales y culturales determinados.
Independientemente de las fortalezas biológicas que cada uno posee, existen aspectos internos, que desarrollados desde la infancia, y/o aprendidos en el devenir de las experiencias, harán al ser humano más fuerte, más resistente. Son factores como la autoestima, el optimismo, la confianza en sí mismo, la responsabilidad, la creatividad, la paciencia, la perseverancia, el sentido del humor, la capacidad de elegir, y las competencias cognitivas, entre otros muchos. Es fundamental también, desarrollar factores externos como son las destrezas o competencias sociales. Todos estos factores interaccionan para que el ser humano sea fuerte, y capaz de afrontar la vida, de tal manera que si la autoestima es baja o no se conjuga bien con las destrezas sociales, o si la confianza en uno mismo no fluye, no se canaliza de la mejor manera y si se le quita al individuo el apoyo externo vuelve a derrumbarse. Factores clave son por tanto, lo biológico, lo familiar y lo social.
El abordaje psicológico se hizo durante mucho tiempo planteándose cómo resolver las cosas cuando el sujeto ya ha enfermado, cuando el trastorno ya se ha establecido. Desde el enfoque que plantea la psicología positiva, se abre una esperanza para el individuo, que nos muestra que es posible resistir, aprender y rehacerse. Si desde el mundo científico y con rigurosos estudios se viene observando que todos podemos, trabajemos desde la infancia en estos protectores para la vida, enseñemos a nuestros pequeños a ser fuertes, a cultivar el sentido del humor, a ser responsables, perseverantes y no rendirse frente a las frustraciones de la vida. Y si ya somos adultos, entendamos que no estamos perdidos, que el diseño del ser humano es maravilloso, y siempre estamos a tiempo de aprender, de adoptar una actitud positiva frente a los obstáculos, y verlos no como un fracaso o una desgracia, sino como una oportunidad para crecer y ser mejores.