Me senté en aquella cervecería buscando un rato de relax y rápidamente sus paredes llamaron mi atención: “El tiempo solo es importante si eres un queso o un vino” rezaba en una de ellas. No pude por menos que sonreír ante tan sencilla pero a la vez profunda afirmación…
Qué importante es para el ser humano el tiempo, ese que nos marca los días, las etapas, los plazos, los años; ese que no podemos retener, ni comprar; ese que nos envejece, que nos estresa, que nos sobra y que nos falta; ese que pasa deprisa y que a veces es eterno; ese que dicen que “lo cura todo”.
Y en eso pensaba yo, en la cantidad de veces que dejamos de la mano del tiempo la solución de los problemas, como si su mera presencia fuese la medicina necesaria para curar cualquiera de nuestros males.
Pero no, los problemas se arreglan enfrentándolos, no mirando hacia otro lado; no haciendo como si no pasara nada. Porque lo que verdaderamente cura, es lo que hacemos durante ese tiempo.
Es bastante habitual encontrar en las personas este tipo de actitudes irresponsables frente a los conflictos y las dificultades de la vida. Discusiones y problemas de comunicación con la pareja que nunca se abordan, porque tras la tormenta llega la calma, o que equivocadamente pensamos que se han solucionado porque aparecen los silencios, y con ellos la aparente normalidad y serenidad en la convivencia. Problemas con los hijos que no nos sentamos a solucionar porque, de la misma forma, creemos que con el tiempo se resolverán por si solos, fruto de su crecimiento y madurez, porque “ya se darán cuenta con el tiempo”. Problemas familiares, laborales, entre amigos, duelos, despechos y desamores que no resolvemos por miedo, por desidia, abandonándolos a su suerte y al “tiempo al tiempo”.
No podemos dejar de la mano del destino que se sanen las heridas, aunque para que curen se requiera tiempo. No es la solución cruzarse de brazos, sentarse a esperar y dejar que la vida pase y tome el control de lo que solo es nuestra responsabilidad. Para resolver problemas hay que esforzarse, y no instalarse en la queja continua sin hacer nada, o en la procrastinación continuada, mirando hacia otro lado, esperando que el paso de las horas y los días, obren un milagro.
El tiempo en sí mismo no provee nada, y sí importa aunque no seamos quesos ni vinos; importa no porque pase rápidamente por nuestro lado, o lleguen las arrugas, sino porque un tiempo mal vivido, mal gestionado, no nos dará una segunda oportunidad. Y si dejamos que pase, no lo hará sin más… Tendrá su precio, y nos alejará de la pareja, o complicará el duelo por ese ser querido que ya se fue, o generará hijos resentidos por la falta de atención, de cariño, o de nuestra presencia cuando la necesitaban y dejamos pasar la oportunidad de solucionarlo.
No depende tan solo del tic-tac del reloj el que cicatricen o sanen las heridas emocionales. Todos conocemos personas que ante circunstancias similares libran sus dificultades en tiempos diferentes, unas porque deciden cruzarse de brazos y esperar a que lo solucione el mero paso del tiempo, y otras por el contrario que deciden actuar. Y si la dificultad es no saber qué hacer, o cómo afrontar los contratiempos, buscar ayuda en los amigos, en la familia o en los profesionales de la psicología si faltan recursos suficientes, no es un signo de debilidad, sino de valentía y compromiso con la vida y con los seres que nos rodean.
El tiempo no hará realidad los sueños, ni llenará todos los vacíos, ni encenderá la llama de la ilusión, ni nos devolverá la paz, porque nosotros somos parte de ese tiempo, y del resultado de lo que en él vivimos.
Por eso, comprometeros e implicaros con la vida; y no le deis tiempo al tiempo, que el tiempo NO lo cura todo…