Probablemente, a estas alturas, muchos de nosotros habremos hecho balance de lo bueno y lo malo acontecido en los trescientos sesenta y cinco días que acabamos de dejar atrás…
Probablemente deseemos comenzar el nuevo año con un buen listado de propósitos, deseos e ilusiones…
Es lo habitual y es muy humano, querer hacer borrón y cuenta nueva, darse otra oportunidad para “hacer las cosas bien”.
Los más pesimistas, bromearán (o no) diciendo que prefieren no marcarse metas, que total para qué luchar, si el azar y lo incontrolable se pondrán por delante de su voluntad. Incluso alegarán carecer de esta magnífica virtud – que en todo caso de nada les serviría – porque “el mundo anda muy mal”, y no hay más que asomarse un poco para darse cuenta de que “hagas lo que hagas, algo malo sucederá que truncará o frustrará tus objetivos”.
Esta posición les sitúa en la no responsabilidad de lo que les suceda, y les exime – desde su óptica – de hacer esfuerzos para ellos innecesarios e inútiles. Dejarán que su vida fluya, conformándose “a regañadientes” desde su butaca de espectador negativo y pasivo.
En tales foros, y en butacas totalmente contrapuestas, habrá optimistas con mayúsculas, defensores acérrimos de un mundo ideal, mágico y maravilloso.
Abogarán por un positivismo ingenuo, a veces insano, incluso tóxico… Por eso serán ampliamente criticados por los primeros, que en un intento de no dejarse contagiar por tanta positividad, alegarán que ellos no son pesimistas, que son “realistas”. Y llenarán las conversaciones de ejemplos en los cuales el final de la película no fue tan feliz.
Pero los optimistas defenderán su mundo ideal; ese en el que pase lo que pase, siempre llegarán a su destino, en el que la esperanza es lo último que se pierde, y en el que “todo irá bien, ya lo verás”, “sonríe y la vida te sonreirá”. Incluso ante las evidencias negativas, argumentarán su extrema positividad en la mágica creencia de todo pasa por algo, y ese algo será muy bueno con ¿toda seguridad?
Aunque a veces nos parezca lo contrario, ser pesimista no es ser realista. Supone tirar la toalla antes de haber comenzado a sudar… de la misma forma, ser optimista se relaciona con una posición idealista, en la que antes de llegar a la meta, ya se está celebrando la victoria.
Ambas posiciones, contempladas desde su lugar más extremo, por supuesto, no tienen nada de realistas, porque esa “realidad” que ambas posturas defienden, está por llegar.
Todos sabemos que el mundo es un lugar en constante movimiento, habrá contratiempos y problemas con los que tendremos que lidiar, y habrá alegrías y triunfos que podremos celebrar.
Pero ninguno sabemos lo que ocurrirá mañana, ni los pesimistas ni los optimistas… Nadie acierta. No podemos pensar que nuestro mundo es horrible y que no podemos hacer nada para mejorarlo, pero tampoco podemos defender a ultranza que este mundo es maravilloso solo con creerlo.
Seamos a la vez optimistas, pesimistas, realistas e idealistas: La vida es lo que va sucediendo a cada instante, unas veces es amable y otras adusta.
Frente a esta realidad cambiante, la postura más razonable es aquella en la que – siendo los protagonistas principales de la misma- reconocemos que nuestro control sobre las cosas es relativo, que hay unos límites; y que a pesar de ello, una buena dosis de voluntad, de esfuerzo, de motivación y de lucha, pueden hacer (aunque no siempre) que lleguemos al destino que nos hemos marcado.
Propongámonos ser positivos frente a nosotros mismos y nuestras capacidades, responsabilicémonos de nuestras vidas, trabajando para crecer y desarrollar todo nuestro potencial. Llenémonos de recursos personales que nos empoderen para hacer frente a las adversidades, y que nos permitan gozar de los éxitos y aprender de los fracasos.
Este es mi deseo para todos vosotros, que seáis (seamos) optimistas inteligentes, combinando una actitud positiva y de esfuerzo frente la vida, sin dejar de tener los pies en la tierra.