La mayoría conocemos o hemos oído de alguien que en momentos muy difíciles o complicados de su vida ha superado los problemas con coraje y optimismo.

Esto ocurre porque aunque a veces nos decimos que ya no aguantamos más, sí que podemos, estamos diseñados para lograr resistir mucho más allá de lo que podríamos imaginar.

La historia y la memoria, nos recuerdan que en todo el mundo podemos encontrar adultos y niños, que logran salir adelante después de haber sufrido situaciones durísimas, traumatismos y amenazas graves contra su vida. Seres humanos que a pesar de los graves acontecimientos que han vivido, y sin condición de edad, desarrollan, a partir de esas terribles experiencias, una autoafirmación de su personalidad; que incluso son capaces de “reinventarse” a sí mismos, de salir adelante, de crecer y  de seguir viviendo.

¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que frente a importantes adversidades algunas personas no solo resistan sino que incluso salgan más fuertes?

La respuesta se encuentra en la capacidad que todos tenemos de protegernos frente a los estresores de la vida desarrollando nuestra resiliencia, que no es otra cosa que aprender a resistir, a no hundirnos, e incluso salir enriquecidos y más fuertes tras las malas experiencias.

Pero también es cierto que ante los mismos acontecimientos no todas las personas reaccionan igual, incluso algunas se traumatizan y enferman…

 ¿Es la resiliencia una característica de la personalidad o un don de unos pocos?

Aunque parece ser que existen factores que son innatos y otros adquiridos, se puede afirmar que todos los seres humanos, sin excepción, somos dueños en mayor o menor grado de esta capacidad para combatir y afrontar experiencias difíciles.

Desde un punto de vista genético, no todos los individuos producen la misma dosis de dopamina y serotonina (hormonas de la felicidad), por lo que ya desde niños estaremos más o menos protegidos, seremos más o menos vulnerables a las enfermedades psicológicas.

Pero las hormonas no lo explican todo, porque desde el lado del aprendizaje, cada individuo desarrolla su carácter y sus fortalezas en un clima familiar genuino, con unas redes y apoyos sociales y culturales determinados.

Independientemente de las fortalezas biológicas que cada uno posee desde el nacimiento, existen aspectos internos, que desarrollados desde la infancia, y/o aprendidos en el devenir de las experiencias, harán al ser humano más fuerte, más resistente.

La resiliencia se nutre de herramientas tan importantes como la autoestima, el optimismo, la confianza en sí mismo, la responsabilidad, la creatividad, la paciencia, la perseverancia, el sentido del humor, la capacidad de elegir, y las competencias cognitivas, entre otros muchos.

También es importante adquirir competencias sociales, saber relacionarnos, comunicarnos con los otros, compartir ideas, sentimientos…

El ser humano es un ser social, que necesita del apoyo, del afecto, y de la interacción con el otro para desarrollarse, para ser, y para sobrevivir resilientemente en un mundo incierto y lleno de azarosos obstáculos.

Todas estas herramientas biológicas, familiares y sociales, son grandes aliadas para el resiliente. Con ellas en nuestro poder es posible resistir, aprender y rehacerse.

Si las hemos adquirido desde la infancia, las podremos desarrollar y potenciar a medida que vamos caminando, tropezando, cayendo y levantando…

Y si no tuvimos la fortuna de haberlas heredado, o no nos dieron la oportunidad de adquirirlas, nada está perdido: Cualquier momento, lugar o situación difícil de nuestra vida nos dará la posibilidad de aprender, resistir, rehacernos y crecer desde la adversidad…